El lugar más feliz sobre la Tierra
UNO


Soñé con mi futuro. Soñé con cenas bajas en carbohidratos, con pastillas cada seis horas. Con un hijo regalándome su viejo televisor, con ataques de tos de media hora. Soñé que me apuraba en la calle para poder ir al baño de mi casa. Que a media cuadra de llegar no aguantaba.

Soñé con una caminata lenta y cuidadosa hasta mi edificio, con una ducha de agua tibia mientras se lavaban los pantalones en el lavarropas.

Soñé que era viejo y estaba solo.

23.8.06 // 11:01 a. m.
DOS



Es de día y entra un poco de sol por la ventana, recubierta de pequeñas gotas de humedad. Faltan dos minutos para que se encienda la radio alarma, programada para las 9.30. Miro al techo y acomodo mis brazos, que están entumecidos por la posición de sueño. Siento marcas de las sábanas en la cara, mientras cierro los ojos y respiro debajo de las mantas.

La radio se enciende con una frase por la mitad, lo que me sobresalta. La apago rápidamente y noto un leve movimiento a mi lado, seguido por un murmuro de placer. Acaricio el brazo desnudo de Clara y beso su hombro con mis labios, que tiene algunos restos de saliva seca. Le digo buen día y ella me saluda, sonriendo con los ojos cerrados. Su peinado es el de una chica de 26 años recién levantada.

Nos permitimos unos minutos en la cama.

// 10:02 a. m.
TRES

Clara se pasea por la casa en ropa interior y con la misma remera con que durmió. Es una musculosa que le queda grande y tiene estampados de círculos de colores que muestran pequeñas grietas y algunas partes despegadas. Deja ver sus piernas mientras toma una taza de café apoyada en la mesada de la cocina.

La miro mientras preparo un plato de cereales azucarados. Sonríe cuando ahogo figuras marinas verdes, amarillas y rojas en leche entera. Mientras desayunamos olvido mi sueño para hundirme en la realidad: somos jóvenes, estamos enamorados y vivimos juntos.

Espío sus piernas y como la última cucharada de cereal. Noto que son menos crocantes que al principio.

// 9:03 a. m.
CUATRO




Abro la puerta del local de fotografía con una llave de color dorado que está enganchada por unos aros a las de mi casa y a un pequeño cartel de metal que dice "Mauro". En el suelo hay dos volantes y un catálogo de artículos fotográficos. Los levanto mientras con la otra mano doy vuelta sin mirar un cartel, que ahora muestra la palabra cerrado hacia adentro.
Apilando las cajas de rollos y ordenando los revelados que quedan para retirar, logro ocupar casi una hora de las ocho adentro del local. Después me siento en un banquito atrás del mostrador y mientras tomo un vaso de agua hojeo el catálogo.
Desde ahí puedo ver, a través de los estantes y la fina película de grasa formada en la vidriera, la calle X que se encuentra en una inusual tranquilidad. Una señora camina apurada por la vereda de enfrente, un colectivo toca dos veces bocina para avisar que va a pasar un semáforo en rojo.
Se escucha frenar el tren, aunque las vías están bastante lejos.

// 8:04 a. m.
CINCO


Salgo a la puerta para fumar un cigarrillo y mirar en un mejor ángulo lo que pasa afuera. A media cuadra un grupo de adolescentes vestidos acorde al clima están sentados en un banco enfrente a una panadería, comiendo lo que parece un completo desayuno a base de facturas. Se ríen y sus movimientos parecen ocupar muchos metros cuadrados. En la calle un auto pasa con la música a todo volumen y las ventanillas bajas. Reconozco en el conductor a un compañero de la secundaria.
Mientras doy la última pitada empujo la puerta desde afuera con la palma derecha para que la señora Fernández pueda pasar a retirar su rollo de fotos, que contiene un número de retratos cotidianos de su familia y escenas de un casamiento. Yo estuve presente en esa fiesta, y creí reconocer en una foto , cuando revelaba los negativos, un brazo que vestía mi camisa.
"Esto es glamour", pienso. Y tiro la colilla pasando el cordón de la calle.

// 7:05 a. m.
SEIS

A Clara me le acerqué pidiéndole fuego. Era la tercera vez que fumaba en mi vida y tuve que concentrarme para no tragar el humo y tocerle en la cara. Me preguntó si tenía otro cigarrillo y después le invité una cerveza. El bar al que intentábamos entrar estaba lleno, así que nos sentamos en el cordón de la vereda.
Abrí la botella contra el borde de un cantero y llené los dos vasos largos de plástico que nos habían dado los del bar. Apoyados contra el asfalto húmedo por el rocío fumamos medio paquete y pedimos dos cervezas más.
Cuando nos dimos nuestro primer beso, todavía era de noche. Amaneció en el momento en que Clara buscaba un cigarrillo y lo encendía en un banco de una plaza, con las piernas sobre mi regazo. Enfrente nuestro, un hombre arrancaba un taxi que estuvo estacionado toda la noche. Tardó casi dos minutos en poder calentar el motor lo suficiente. Después, apoyó toda la espalda en el asiento y, con los brazos rectos agarrando el volante, se alejó por la calle que rodeaba la plaza. Lo miré hasta que dobló la esquina y quedó en segundo plano, atrás de la cabeza de Clara, que tenía la mirada perdida. Dio una pitada al cigarrillo que tenía en la mano izquierda y me miró. Tiró el humo hacia una costado, se pasó la punta de la lengua por los labios curtidos por el frío y me besó.

// 6:06 a. m.
SIETE

En el diario aparece un título arriba de una foto que muestra a bomberos y paramédicos llevando a un cuerpo en camilla. Dice que un hombre se tiró a las vías del tren. Dice que pararon los servicios casi una hora, que el hombre tenía 44 años y decidió esperar a que pasara el tren por un paso de vía. Sentado, tomaba una botella de vino hasta que vio la locomotora. Saltó frente a ella y una señora gritó, llevándose una mano al corazón y otra a la cara. Hubo un segundo de silencio hasta que se escucharon los frenos del tren. Algunas personas presentes corrieron hacia el cuerpo del hombre, tratando de ayudar. Otras, simplemente se quedaron paradas en el mismo lugar, sin poder moverse y respirando de manera agitada, exhalando violentamente el aire. Un joven se puso en cuclillas en la mitad de la calle; los que habían visto el hecho no movieron sus autos y los vagones bloqueaban el paso de otros nuevos, que se fueron enterando de lo sucedido. Las primeras lágrimas empezaron a aparecer en los ojos de muchos.
Sucedió a pocas cuadras de la tienda de fotos y todavía quedan manchas de sangre y una tira con franjas rojas y blancas. En el día paso dos veces por ahí.

// 5:07 a. m.
OCHO

Mientras manejo por la autopista, Clara duerme en el asiento del acompañante. Tiene la mano en mi regazo, apoyada suavemente. Me dificulta mover la palanca de cambios, pero aún así la dejo en el mismo lugar. Puedo verle la cara, en intervalos de oscuridad y luz de los autos que vienen de frente. Los labios están apretados y unos mechones de pelo le tapan el ojo derecho. Hace una mueca involuntaria, moviendo varios músculos. Miro el camino y luego el tablero, que marca luces verdes y naranjas. Los vidrios empiezan a empañarse un poco, así que bajo la calefacción. Clara se mueve y, sacando la mano de mi pierna, tapa sus hombros con su campera. Se acurruca más en el asiento y suspira.
En la radio un hombre canta un tema en inglés, acompañado por máquinas. Trato de escuchar atentamente la letra. Un auto pasa muy deprisa por el carril al lado mío. Manejo algo lento, tratando de no hacer notar que tal vez bebí un poco de más en la fiesta. Se trataba del cumpleaños de Fernando, un amigo que Clara y yo teníamos desde antes de conocernos. Tiene un departamento bastante grande y bien arreglado, combinando muebles de primera línea con floreros y otros adornos. Cuando llegamos había alrededor de veinte personas, separadas en pequeños grupos que discutían y tomaban tragos. La puerta estaba abierta, y desde el comedor se podía ver cómo entraba gente desde el ascensor.
Pasados dos minutos de llegar, me encontraba en el balcón hablando de ángulos fotográficos. Fernando hace cine y su casa está repleta de camarógrafos. Mientras escuchaba cómo se puede usar el conocimiento de fotografía para crear planos más interesantes, me terminé un vaso de gin tonic y asentí con la cabeza, tratando de acordarme dónde estaba el baño.

// 4:08 a. m.
NUEVE

Puedo escuchar el sonido que hace la heladera desde la cama, mientras miro el techo sin moverme. Tomo aire por la nariz y me levanto tratando de no hacer ruido. Una luz anaranjada, proveniente de un poste de la calle, entra por los costados de la ventana que no están cubiertos por la cortina.
Voy hacia la cocina y abro la heladera. El ruido que escuchaba antes se hace más fuerte. Me sirvo un vaso de agua fría y lo tomo dejando la puerta de la heladera abierta; la luz me ilumina las piernas.
En mi cabeza sigue la imagen del baño de la casa de Fernando. Cuando entré, la luz estaba prendida y la puerta abierta. Una chica la cerró atrás mío y me saludó. Sorprendido, no le pude contestar. Me quedé mirándola y noté que estaba borracha. La blusa se había corrido del hombro derecho y podía verle una parte del corpiño. Se me acercó y fingió un tropiezo, apoyando todo el cuerpo en mí. Se río y me acarició el pecho, lamiendome el cuello. Me sentó en el inodoro y me preguntó si quería un poco de coca. Estiró el brazo hacia el lavamanos y agarró un papel. Me lo acercó junto a un tubito de plástico negro. Hacía mucho tiempo que no tomaba cocaína, y la sensación del polvo entrando en la nariz me resultó extraña. Ella empezó a desabrocharme el pantalón.

Frente a la heladera, bajo la vista hacia mis calzoncillos. Encuentro una mancha de lápiz labial y me pregunto si Clara lo habrá notado. Agarro un trapo húmedo de la mesada y trato de limpiarlo.
Vuelvo a la cama y Clara se mueve. Me busca con los ojos cerrados con fuerza. Murmura algo que no entiendo y le beso el pelo.Ya no puedo escuchar el ruido de la heladera.
Esa noche dormimos abrazados.

// 3:09 a. m.
DIEZ

En la fiesta sostenía una cámara de fotos mientras todos se juntaban. Fernando estaba en el medio y abrazaba a dos personas. Los que estaban al costado se inclinaban para entrar en el cuadro. A través del lente podía ver a la chica del baño, mirando el suelo, colocada. Un hombre la abrazaba y le hablaba.
Clara me miraba sonriendo sin tener contacto con nadie. No supe cómo programar el flash, así que lo puse en automático.
Esperaban en la mesa y les hice señas para que se juntaran.
Les dije que sonrieran y todos sonrieron.

// 2:10 a. m.


Textos escritos por Nicolás Guerrero entre el 7 de julio y el 22 de agosto a las 2:10 AM.