Soñé con mi futuro. Soñé con cenas bajas en carbohidratos, con pastillas cada seis horas. Con un hijo regalándome su viejo televisor, con ataques de tos de media hora. Soñé que me apuraba en la calle para poder ir al baño de mi casa. Que a media cuadra de llegar no aguantaba.
Soñé con una caminata lenta y cuidadosa hasta mi edificio, con una ducha de agua tibia mientras se lavaban los pantalones en el lavarropas.
Soñé que era viejo y estaba solo.
Es de día y entra un poco de sol por la ventana, recubierta de pequeñas gotas de humedad. Faltan dos minutos para que se encienda la radio alarma, programada para las 9.30. Miro al techo y acomodo mis brazos, que están entumecidos por la posición de sueño. Siento marcas de las sábanas en la cara, mientras cierro los ojos y respiro debajo de las mantas.
La radio se enciende con una frase por la mitad, lo que me sobresalta. La apago rápidamente y noto un leve movimiento a mi lado, seguido por un murmuro de placer. Acaricio el brazo desnudo de Clara y beso su hombro con mis labios, que tiene algunos restos de saliva seca. Le digo buen día y ella me saluda, sonriendo con los ojos cerrados. Su peinado es el de una chica de 26 años recién levantada.
Nos permitimos unos minutos en la cama.
Clara se pasea por la casa en ropa interior y con la misma remera con que durmió. Es una musculosa que le queda grande y tiene estampados de círculos de colores que muestran pequeñas grietas y algunas partes despegadas. Deja ver sus piernas mientras toma una taza de café apoyada en la mesada de la cocina.
La miro mientras preparo un plato de cereales azucarados. Sonríe cuando ahogo figuras marinas verdes, amarillas y rojas en leche entera. Mientras desayunamos olvido mi sueño para hundirme en la realidad: somos jóvenes, estamos enamorados y vivimos juntos.
Espío sus piernas y como la última cucharada de cereal. Noto que son menos crocantes que al principio.
Salgo a la puerta para fumar un cigarrillo y mirar en un mejor ángulo lo que pasa afuera. A media cuadra un grupo de adolescentes vestidos acorde al clima están sentados en un banco enfrente a una panadería, comiendo lo que parece un completo desayuno a base de facturas. Se ríen y sus movimientos parecen ocupar muchos metros cuadrados. En la calle un auto pasa con la música a todo volumen y las ventanillas bajas. Reconozco en el conductor a un compañero de la secundaria.
Mientras doy la última pitada empujo la puerta desde afuera con la palma derecha para que la señora Fernández pueda pasar a retirar su rollo de fotos, que contiene un número de retratos cotidianos de su familia y escenas de un casamiento. Yo estuve presente en esa fiesta, y creí reconocer en una foto , cuando revelaba los negativos, un brazo que vestía mi camisa.
"Esto es glamour", pienso. Y tiro la colilla pasando el cordón de la calle.
A Clara me le acerqué pidiéndole fuego. Era la tercera vez que fumaba en mi vida y tuve que concentrarme para no tragar el humo y tocerle en la cara. Me preguntó si tenía otro cigarrillo y después le invité una cerveza. El bar al que intentábamos entrar estaba lleno, así que nos sentamos en el cordón de la vereda.
En el diario aparece un título arriba de una foto que muestra a bomberos y paramédicos llevando a un cuerpo en camilla. Dice que un hombre se tiró a las vías del tren. Dice que pararon los servicios casi una hora, que el hombre tenía 44 años y decidió esperar a que pasara el tren por un paso de vía. Sentado, tomaba una botella de vino hasta que vio la locomotora. Saltó frente a ella y una señora gritó, llevándose una mano al corazón y otra a la cara. Hubo un segundo de silencio hasta que se escucharon los frenos del tren. Algunas personas presentes corrieron hacia el cuerpo del hombre, tratando de ayudar. Otras, simplemente se quedaron paradas en el mismo lugar, sin poder moverse y respirando de manera agitada, exhalando violentamente el aire. Un joven se puso en cuclillas en la mitad de la calle; los que habían visto el hecho no movieron sus autos y los vagones bloqueaban el paso de otros nuevos, que se fueron enterando de lo sucedido. Las primeras lágrimas empezaron a aparecer en los ojos de muchos.
Mientras manejo por la autopista, Clara duerme en el asiento del acompañante. Tiene la mano en mi regazo, apoyada suavemente. Me dificulta mover la palanca de cambios, pero aún así la dejo en el mismo lugar. Puedo verle la cara, en intervalos de oscuridad y luz de los autos que vienen de frente. Los labios están apretados y unos mechones de pelo le tapan el ojo derecho. Hace una mueca involuntaria, moviendo varios músculos. Miro el camino y luego el tablero, que marca luces verdes y naranjas. Los vidrios empiezan a empañarse un poco, así que bajo la calefacción. Clara se mueve y, sacando la mano de mi pierna, tapa sus hombros con su campera. Se acurruca más en el asiento y suspira.
Puedo escuchar el sonido que hace la heladera desde la cama, mientras miro el techo sin moverme. Tomo aire por la nariz y me levanto tratando de no hacer ruido. Una luz anaranjada, proveniente de un poste de la calle, entra por los costados de la ventana que no están cubiertos por la cortina.
En la fiesta sostenía una cámara de fotos mientras todos se juntaban. Fernando estaba en el medio y abrazaba a dos personas. Los que estaban al costado se inclinaban para entrar en el cuadro. A través del lente podía ver a la chica del baño, mirando el suelo, colocada. Un hombre la abrazaba y le hablaba.